LAS EX-PAREJAS EXPLICADAS BY EL MENTOR


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domingo, 30 de noviembre de 2008

SI SUFRO POR TI, ¿ME AMARÁS?

SI SUFRO POR TI, ¿ME AMARÁS?

Niña, niña, por favor, no te vayas.
Creo que me está excitando
esta depresión.

Canción del último blues


Mi querida Madre

Madre, querida madre,
Cuando pienso en ti
Quiero ser
Todo lo que es bueno
Lo que es verdadero
Lo que es digno
Noble o maravilloso
Ha venido de ti, Madre,
De tu mano que me guía


- Siempre pensé que mi madre era perfecta, tal vez porque yo necesitaba tanto que lo fuera. La convertí en la madre que yo quería y luego me dije que yo sería exactamente como ella. ¡En qué fantasía vivía! – Lisa sacudió la cabeza y prosiguió-. Yo nací cuando ella y mi padre estaban más enamorados que nunca, por eso fui su favorita. Aunque ella decía que nos quería a todos por igual, yo sabía que era muy especial para ella. Siempre pasábamos juntas todo el tiempo que podíamos. Cuando yo era muy pequeña supongo que me cuidaba, pero después de un tiempo intercambiamos los roles y yo empecé a cuidar de ella.
“Mi padre se comportaba de una manera horrible, la mayor parte del tiempo. La trataba con grosería y perdía todo nuestro dinero en el juego. Tenía un buen sueldo como ingeniero, pero nosotros nunca teníamos nada y siempre estábamos mudándonos.
“¿Sabe? Ese poema describe la forma en que yo quería que fuera mucho más que como era en realidad. Finalmente comienzo a ver eso. Toda mi vida quise que mi madre fuera la persona que describe ese poema, pero la mayor parte del tiempo ella no podía siquiera acercarse a ser mi madre ideal porque estaba ebria. Siendo muy joven aún, comencé a darle todo mi amor y todas mis energías, con la esperanza de recibir lo que necesitaba de ella, de recibir lo que yo estaba dando. – Lisa hizo una pausa y sus ojos se empañaron un momento-. Estoy aprendiendo todo esto con la terapia, y a veces duele mucho ver cómo fue en realidad en lugar de cómo siempre pensé que podía lograr que fuera.
“Mi madre y yo éramos muy unidas, pero a muy temprana edad (tanto que ni siquiera recuerdo cuándo sucedió) comencé a actuar como si yo fuera la madre y ella, la hija. Me preocupaba por ella y trataba de protegerla de mi padre. Hacía pequeñeces para alegrarla. Me esforzaba por hacerla feliz porque ella era todo lo que tenía. Sabía que me quería porque a menudo me decía que me sentara a su lado y nos quedábamos así mucho tiempo, muy juntas y sin hablar en realidad, simplemente abrazadas. Ahora, al recordarlo, me doy cuenta de que siempre temí por ella, algo que yo debía haber sido capaz de evitar si tan sólo hubiese tenido el cuidado suficiente. Es una manera dura de vivir cuando uno está creciendo pero nunca conocí otra cosa. Y tuvo su efecto. Cuando era adolescente, comencé a tener graves episodios de depresión.
Lisa rió suavemente.
- Lo que más me asustaba de la depresión era que cuando me sucedía no podía cuidar bien a mi madre. Verá, yo era muy concienzuda… y tenía tanto miedo de dejarla, aunque fuese sólo por un momentito. La única forma de dejarla era aferrarme a otra persona.
Lisa trajo el té en una bandeja laqueada roja y negra y la colocó en el suelo, delante de nosotras.
- A los diecinueve años, tuve la oportunidad de ir a México con dos amigas. Era la primera ve que dejaba a mi madre. Nos quedaríamos tres semanas, y la segunda semana que estuve allí conocí a aquel mexicano tremendamente apuesto que hablaba inglés a la perfección y era muy galante y atento conmigo. En la tercera semana de mis vacaciones, todos los días me pedía que me casara con él. Decía que estaba enamorado de mí y que no soportaba la idea de estar sin mí ahora que me había encontrado. Bueno, quizás ese fuera el mejor argumento para usar conmigo. Me refiero a que me decía que me necesitaba, y todo en mí respondía al hecho de ser necesitada. Además, creo que en algún nivel yo sabía que tenía que alejarme de mi madre. En casa todo era oscuro, deprimente y sombrío. Y aquel hombre me prometía una vida maravillosa. Su familia era adinerada. Él tenía una buena educación. No hacía nada, por lo que yo veía, pero yo creía que era porque tenían tanto dinero que él no necesitaba trabajar. El hecho de que él tuviera todo ese dinero y aún así creyera necesitarme para ser feliz me hacía sentir inmensamente importante y útil.
“Llamé a mi madre y se lo describí entusiasmada. Ella me dijo: “Confío en que tomes la decisión correcta”. Pues bien, no debió hacerlo. Decidí casarme con él, lo cual fue definitivamente un error.
“Verá, yo no tenía idea de lo que sentía con respecto a nada. No sabía si lo amaba ni si él era lo que yo quería. Sólo sabía que al fin había alguien que decía que él me amaba a mí. Yo había salido con muy pocos muchachos, no sabía casi nada de los hombres. Había estado demasiado ocupada encargándome de las cosas en casa. Estaba tan vacía por dentro, y aquella persona me ofrecía lo que me parecía una enormidad. Y decía que me amaba. Durante tanto tiempo había sido yo quien daba amor, y ahora parecía haber llegado mi turno de recibirlo. Y justo a tiempo. Sabía que estaba casi totalmente agotada, que no me quedaba nada para dar.
“Bueno, nos casamos de prisa, sin que lo supieran sus padres. Ahora parece algo muy loco, pero en aquel momento parecía demostrar lo mucho que me quería… que estaba dispuesto a desafiar a sus padres con tan de estar conmigo. Entonces yo pensaba que se rebelaba al casarse conmigo, una rebelión suficiente para enfurecer a sus padres, pero no tanto como para que lo echaran. Ahora lo veo de otra manera. Después de todo, él tenía secretos que guardar respecto a su identidad y conductas sexuales, y el hecho de tener una esposa lo hacía aparecer más “normal” que el no tenerla. Supongo que a eso se refería al decir que me necesitaba. Y, por supuesto, yo fui una elección perfecta, pues al ser estadounidense siempre resultaría fuera de lugar, sospechosa. Cualquier otra mujer, especialmente de su propia clase social, al ver lo que yo vi, tarde o temprano se lo habría dicho a alguien. Entonces toda la ciudad se habría enterado. Pero, ¿a quién iba a decírselo yo? ¿Quién hablaba conmigo? ¿Y quién iba a creerme?
“Sin embargo, no creo que nada de eso haya sido deliberado o calculado de su parte, como no lo eran mis motivos para casarme con él. Simplemente encajábamos juntos y, al principio, pensamos que era amor.
“De todos modos, después de la boca, ¿adivine qué paso? ¡Tuvimos que ir a vivir con aquella gente que ni siquiera estaba al tanto de nuestro matrimonio! Oh, fue horrible. Ellos me odiaban y yo tenía la impresión de que hacía ya cierto tiempo que estaban enfadados con él. Yo no hablaba una palabra de español. Todos en su familia sabían hablar inglés, pero no querían. Yo estaba totalmente desconectada y aislada, y desde el comienzo tuve mucho miedo. Él me dejaba sola por las noches con mucha frecuencia, de modo que me quedaba en nuestra habitación y finalmente aprendí a dormirme, hubiera llegado él o no. Yo ya sabía sufrir. Lo había aprendido en casa. En cierta forma, creía que esa era el precio que debía pagar por estar con alguien que me amaba, que eso era lo normal.
“A menudo él regresaba borrado y cariñoso, pero eso era realmente horrible. Yo podía sentir el perfume de otras mujeres en él.
“Una noche, yo ya había estado dormida por algún tiempo y me despertó un ruido. Allí estaba mi esposo, borracho, admirándose frente al espejo, con mi bata puesta. Le pregunté qué estaba haciendo y me dijo: “¿No crees que me veo bonito?”. Hizo un gesto femenino y vi que tenía los labios pintados.
“Finalmente, algo se cortó. Supe que tenía que salir de allí. Hasta entonces había sido desdichada, pero estaba segura que la culpa era mía, de que, de alguna manera, yo podía ser más cariñosa y hacer que él deseara quedarse conmigo, hacer que sus padres me aceptaran e incluso que me tuvieran cariño. Estaba dispuesta a esforzarme más, al igual que con mi madre. Pero eso era diferente. Eso era una locura.
“No tenía dinero ni manera de conseguirlo, entonces al día siguiente le dije que si no me llevaba a San Diego contaría a sus padres lo que había hecho. Mentí y le dije que ya había llamado a mi madre y que ella me esperaba, y que si me llevaba allá no volvería a molestarlo. No sé de dónde saqué el coraje, porque en realidad pensaba que él me mataría o algo así, pero dio resultado. Él tenía mucho miedo de que sus padres se enteraran. Me llevó hasta la frontera sin decir palabra y me dio dinero para un pasaje en autobús a San Diego y unos quince dólares. Así fue como terminé en San Diego, en casa de una amiga. Me quedé allí hasta que conseguí empleo y después alquilé una vivienda con tres personas más e inicié un estilo de vida bastante loco.
“A esa altura ya no tenía absolutamente ningún sentimiento propio. Estaba completamente insensibilizada. Pero seguía sintiendo aquella tremenda compasión, la cual me metió en muchos problemas. En los siguientes tres o cuatro años salí con muchos hombres sólo porque sentía pena por ellos. Tuve suerte de que las cosas nunca escaparan a mi control. La mayoría de los hombres con los que me involucré tenían problemas de drogas o de alcohol. Los conocía en fiestas y, ocasionalmente, en bares, y ellos también parecían necesitan que los comprendiera, que los ayudara, y eso era como un imán para mi.
La atracción que sentía Lisa hacia esa clase de hombres tenía sentido perfectamente desde el punto de vista de su historia con su madre. Lo más cercano al hecho de ser amada que había experimentado Lisa consistía en ser necesitada, de modo que cuando un hombre parecía necesitarla, en realidad le estaba ofreciendo amor. No era necesario que fuera amable, generoso ni cariñoso. El hecho de que estuviera necesitado bastaba para reavivar los viejos sentimientos que ella ya conocía e incitar su reacción de proporcionar cuidados.
La historia de Lisa continuaba.
- Mi vida era un desastre, y también la de mi madre. Sería difícil decir cuál de las dos estaba más enferma. Yo tenía veinticuatro años cuando mi madre dejó de beber. Lo hizo de la manera más difícil. Sola en la sala, hizo esa llamada a A.A. y pidió ayuda. Enviaron a dos personas que hablaron con ella y la llevaron a una reunión esa tarde. Desde entonces no ha bebido más.
Lisa sonrió ligeramente por el coraje de su madre.
- Realmente debió de llegar a ser insoportable, porque era una dama muy orgullosa, demasiado orgullosa para llamar a menos que estuviera desesperada. Gracias a Dios, yo no estuve allí para verlo. Seguramente me habría esforzado tanto para hacerla sentir mejor que ella nunca habría recibido verdadera ayuda.
“Mi madre había comenzado a beber realmente mucho cuando yo tenía unos nueve años. Yo volvía de la escuela y ella estaba tendida en el sofá, dormida, con una botella a su lado. Mi hermana mayor se enojaba conmigo y me decía que yo no quería ver la realidad porque jamás admitiría lo mala que era, pero yo amaba demasiado a mi madre para permitirse siquiera advertir que ella estaba haciendo algo malo.
“Estábamos muy unidas, por eso, cuando las cosas empezaron a desmoronarse entre ella y papá, quise compensarla. Su felicidad era para mí lo más importante del mundo. Yo sentía que tenía que compensarla por las cosas que hacia mi padre y que la lastimaban, y lo único que yo sabía hacer era ser buena. Entonces, era buna en todas las maneras que sabía serlo. Le preguntaba si necesitaba ayuda con algo. Cocinaba y limpiaba sin que me lo pidiera. Trataba de no necesitar nada para mí.
“Pero nada daba resultado. Ahora comprendo que yo asumía dos fuerzas de increíble poder: el deterioro del matrimonio de mis padres y el creciente alcoholismo de mi madre. No tenía oportunidad de solucionarlo, por eso no evitaba que lo intentara… y que me culpara a mí misma cuando fracasaba.
“Verá, la infelicidad de mi madre me dolía mucho. Y sabía que había áreas en que yo podía mejorar. Mi trabajo en la escuela, por ejemplo. En eso no me iba demasiado bien porque, por supuesto, en casa estaba bajo mucha presión, tratando de cuidar a mi madre, preparando las comidas y finalmente trabajando afuera para ayudar. En la escuela sólo me quedaban energías para un trabajo brillante por año. Lo planeaba con esmero y lo mostraba para que las maestras vieran que no era idota. Pero el resto del tiempo apenas pasaba. Ellas decían que no me esforzaba de verdad. ¡Ja! No sabían cuánto me esforzaba… para mantener todo bien en casa. Pero mis calificaciones no eran buenas, y mi padre gritaba y mi madre lloraba. Yo me culpaba por no ser perfecta. Y seguía esforzándome más que nunca.
En un hogar gravemente disfuncional como este, donde hay dificultades aparentemente insalvables, la familia se concentra en otros problemas más simples, que en cierto modo prometen ser solucionables. De esta manera, el trabajo y las calificaciones escolares de Lisa se convirtieron en el foco de atención de todos, incluso de Lisa misma. La familia necesitaba creer que ese problema, de ser rectificado, traería armonía.
Había una intensa presión sobre Lisa. No sólo trataba de solucionar los problemas de su padre al tiempo que cargaba con las responsabilidades de su madre, sino que también se identificaba como la causa de esa desdicha. Debido a las proporciones monumentales de su tarea, nunca experimentó el éxito, a pesar de sus esfuerzos heroicos.
Naturalmente, su sentido del propio valor se resintió en forma terrible.
- Una vez llamé a mi mejor amiga y le dije: “Por favor, déjame hablarte. Si quieres, puedes leer un libro. Sólo necesito a alguien del otro lado de la línea”. ¡Ni siquiera creía merecer que alguien escuchara mis problemas! Pero ella me escuchó, por supuesto. Su padre era un alcohólico en recuperación que asistía a A.A. Me costaba muchísimo admitir que algo andaba mal, a menos que la culpa fuese de mi padre. Realmente le odiaba.
Lisa y yo bebimos nuestro té en silencio unos momentos mientras ella luchaba con amargos recuerdos. Cuando pudo continuar, dijo simplemente:
- Mi padre nos dejó cuando yo tenía dieciséis años. Mi hermana ya se había ido. Ella tenía tres años más que yo, y en cuanto cumplió los dieciocho consiguió un empleo de tiempo completo y se marchó de casa. Entonces quedamos solamente mi madre, mi hermano y yo. Creo que comenzaba a ceder a la presión que yo misma me imponía para mantenerla a salvo y feliz, y para cuidar a mi hermano. Entonces fui a México y me casé, volví y me divorcié, y después anduve con muchos hombres durante años.
“Unos cinco meses después de que mi madre ingresó al programa de A.A., conocí a Gary. El primer día que pasé un rato con él estaba drogado. Paseamos en el auto con mi amiga, que lo conocía, y él estaba fumando marihuana. Le agradé y me agradó, y ambos por separado nos pasamos esa información a través de mi amiga, de modo que pronto me llamó y vino a visitarme. Hice que pasara para mí mientras yo lo dibujaba, sólo por diversión, y recuerdo que me sentí abrumada de sentimientos por él. Era la sensación más poderosa que había tenido por un hombre.
“Otra vez estaba drogado y, sentado allí, hablando lentamente (usted sabe, como hablan bajo el efecto de la “hierba”), y tuve que dejar de dibujar porque mis manos empezaron a temblar tanto que no podía hacer nada. Sostenía el block de dibujo inclinado, apoyado sobre mis rodillas, para que él no pudiera ver cómo me temblaban las manos.
“Hoy sé que a lo que yo reaccionaba era al hecho de que él hablaba como lo hacía mi madre cuando había estado bebiendo todo el día. Las mismas pausas largas y palabras cuidadosamente seleccionadas que salían como demasiado recalcadas. Todo el amor y el cariño que yo sentía por mi madre se combinaban con mi atracción física hacia él como hombre apuesto. Pero por entonces yo no tenía ni idea de por qué estaba reaccionando así; entonces, por supuesto, lo llamé amor.
El hecho de que la atracción de Lisa hacia Gary y su relación con él empezaran poco tiempo después de que su madre dejara de beber no fue una casualidad. El vínculo que unía a ambas mujeres nunca se había cortado. Aun cuando las separaba una considerable distancia geográfica, su madre siempre había sido la primera responsabilidad y el vínculo más profundo para Lisa. Cuando la joven comprendió que su madre estaba cambiando, que se estaba recuperando de su alcoholismo sin su ayuda, reaccionó por miedo a que no la necesitaran. Pronto, Lisa estableció una nueva relación de profundidad con otro individuo adicto. Después de su matrimonio, su relación con los hombres habían sido superficiales, hasta que llegó la sobriedad de su madre. Se “enamoró” de un adicto, cuando su madre recurrió a Alcohólicos Anónimos en busca de ayuda y apoyo para recuperarse. Lisa necesitaba una relación con una persona activamente adicta para sentirse “normal”.
Lisa siguió describiendo la relación de seis años que tuvo con Gary. Gary se mudó al apartamento de ella casi de inmediato y dejó en claro, durante sus primeras semanas juntos, que en caso de que alguna vez tuvieran que elegir entre comprar droga y pagar el alquiler, para él la droga siempre estaría primero. Sin embargo, Lisa estaba segura de que cambiaría, que llegaría a valorar lo que tenían juntos y querría preservarlo. Estaba segura de que podría hacer que la amara como ella lo amaba.
Gary rara vez trabajaba y cuando lo hacía, fiel a su palabra, utilizaba sus ingresos para pagar la marihuana o el hachís más costosos. Al principio Lisa lo acompañó en el consumo de drogas, pero al ver que interfería con su capacidad para ganarse la vida lo dejó. Después de todo, era responsable por mantener a ambos, y tomaba su responsabilidad en serio. Cada vez que pensaba en decir a Gary que se marchara – después de que él había vuelto a sacarle dinero del bolso o cuando al volver, exhausto, de trabajo, encontraba una fiesta en el apartamento, o cuando él no había venido a casa en toda la noche – él compraba una bolsa de comida o la esperaba con la cena lista o le decía que había comprado un poco de cocaína especialmente para compartirla con ella, y la decisión de Lisa se esfumaba mientras se decía a sí misma que, después de todo, Gary la amaba.
Las historias que él le contaba de su niñez la hacían llorar de pena, y Lisa estaba segura de que, si lo amaba lo suficiente, podría compensarlo por todo lo que había sufrido. Sentía que no debía culparle ni hacerle responsable de su comportamiento, puesto que lo habían dañado cuando niño, y al concentrarse en remediar el pasado de Gary llegaba a olvidar su propio doloroso pasado.
Una vez, durante una discusión en que ella se negó a darle un cheque que le había enviado su padre como regalo de cumpleaños, Gary clavó un cuchillo en todos los cuadros del apartamento.
Lisa prosiguió con su historia.
- Por aquel entonces estaba tan enferme que llegué a pensar: “La culpa es mía; no debí hacer que se enojara tanto”. Seguía culpándome por todo, tratando de reparar lo irreparable.
“El día siguiente fue un sábado. Gary había salido un rato y yo estaba limpiando todo, llorando y tirando las pinturas de tres años. Tenía el televisor encendido para distraerme, y estaban entrevistando a una mujer que había sido golpeada por su esposo. No se le veía la cara, pero hablaba de cómo había sido su vida y describió algunas escenas bastante horribles y después dijo: “No me parecía tan malo porque yo aún podía soportarlo”.
Lisa sacudió la cabeza lentamente.
- Eso es lo que yo estaba haciendo: seguía en aquella situación terrible porque aún podía soportarla. Cuando oí a esa mujer, dije en voz alta: “¡Pero tú te mereces algo más de lo peor que puedas soportar!”. Y de pronto me oí y empecé a llorar mucho porque comprendí que yo también. Yo merecía más que el dolor y la frustración y la pérdida y el caos. Con cada pintura arruinada me dije: “Yo no viviré así”.
Cuando Gary volvió, sus cosas estaban empacadas, esperando afuera. Lisa había llamado a su mejor amiga, que había traído a su esposo, y esta pareja ayudó a Lisa a tener el coraje de decir a Gary que se marchara.
- No hubo una escena porque estaban mis amigos, por eso simplemente se marchó. Más tarde empezó a llamarme y a amenazarme, pero yo no reaccionaba de ninguna manera, de modo que después de un tiempo se dio por vencido.
“Sin embargo, quiero que entienda que no lo hice sola; me refiero a no reaccionar. Esa tarde, cuando todo había pasado, llamé a mi madre y le conté todo. Ella me dijo que comenzara a ir a las reuniones de A.A. para hijos adultos de alcohólicos. Solamente le hice caso porque estaba sufriendo demasiado.
Se trata de una comunidad de parientes y amigos de alcohólicos que se reúnen para ayudarse entre sí y a sí mismos a recuperarse de su obsesión por el alcohólico que hay en sus vidas. Las reuniones de hijos adultos son para hijos de alcohólicos que desean recuperarse de los efectos de haber vivido con el alcoholismo cuando niños. Esos efectos incluyen la mayoría de las características de amar demasiado.
- Entonces comencé a entenderme. Gary, para mí, era lo que el alcohol había sido para mi madre: era una droga de la que yo no podía prescindir. Hasta el día en que lo eché, siempre me había aterrado la idea de que se marchara, por eso hacía todo cuanto podía para complacerlo. Hice todas las cosas que había hecho cuando niña: trabajar duro, ser buena, no pedir nada para mí y encargarme de lo que era responsabilidad de otro.
“Como el sacrificio propio siempre había sido mi patrón de vida, no habría sabido quién era yo sin alguien a quien ayudar o algún sufrimiento que soportar.
El profundo apego de Lisa a su madre y el gran sacrificio de sus propias necesidades que requería ese vínculo la prepararon para posteriores relaciones de pareja que involucraban sufrimientos más que cualquier tipo de realización personal. Cuando niña, ella había tomado una profunda decisión de rectificar cualquier dificultad en la vida de su madre a través del poder de su propio amor y desinterés.
Esa decisión pronto se volvió inconsciente, pero continuó impulsándola. Totalmente desacostumbrada a evaluar formas de asegurar su propio bienestar pero experta en promover el bienestar de los demás, asumía relaciones que prometían otra oportunidad de enmendarlo todo para otra persona mediante la fuerza de su amor. Fiel a su historia, el hecho de no ganar ese amor a través de sus esfuerzos sólo la hacía esforzarse más.
Gary, con su adicción, su dependencia emocional y su crueldad, combinaba todos los peores atributos de la madre y el padre de Lisa. Irónicamente, eso explicaba su atracción hacia él. Si la relación que tuvimos con nuestros padres fue esencialmente sana, con expresiones adecuadas de afecto, interés y aprobación, entonces, como adultas, tendemos a sentirnos cómodas con las personas que engendran sentimientos similares de seguridad, calidez y una dignidad positiva. Más aún, tendemos a evitar a la gente que nos hace sentir menos positivas con respecto a nosotras mismas a través de sus críticas o de su manipulación para con nosotras. Su conducta nos resultará repelente.
Sin embargo, si nuestros padres se relacionaron con nosotras en forma hostil, crítica, cruel, manipuladora, dictatorial, demasiado dependiente, o en otras formas inadecuadas, eso es lo que nos parecerá “correcto” cuando conozcamos a alguien que exprese, quizá de manera muy sutil, matices de las mismas actitudes y conductas. Nos sentiremos cómodas con personas con quienes se recrean nuestros patrones infelices de relación, y tal vez nos sentiremos incómodas e inquietas con individuos más apacibles, más amables o más sanos en otros aspectos. O bien, debido al desafío de intentar cambiar a alguien a fin de hacer feliz a esa persona o de ganar afecto o aprobación reprimidos, tal vez simplemente nos sintamos aburridas con la gente más sana. A menudo el aburrimiento encubre sentimientos leves a intensos de malestar, que las mujeres que aman demasiado tienden a sentir cuando no están en el ya conocido papel de ayudar, esperar y prestar más atención al bienestar ajeno que al propio. En la mayoría de los hijos de alcohólicos, como también en los de otras clases de hogares disfuncionales, hay una fascinación con las personas que implican problemas y una adicción a la excitación, especialmente a la excitación negativa. Si el drama y el caos siempre estuvieron presentes en nuestra vida y si como sucede con tanta frecuencia, nos vimos forzados a negar muchos de nuestros sentimientos mientras crecíamos, a menudo necesitaremos acontecimientos dramáticos para poder engendrar un sentimiento. De esta manera, necesitamos la excitación que nos proporcionan la incertidumbre, el dolor, la decepción y la lucha sólo para sentirnos vivos.
Lisa concluyó su historia.
La paz y la tranquilidad de mi vida después de la partida de Gary me enloquecían. Necesité todo mi esfuerzo para no llamarlo y volver a empezarlo todo. Pero poco a poco me fui acostumbrando a una vida más normal.
“Ahora no estoy saliendo con nadie. Sé que todavía estoy demasiado enferma para tener una relación saludable con un hombre. Sé que saldría a buscar otro Gary. Por eso, por primera vez, mi proyecto seré yo misma en lugar de tratar de cambiar a otra persona.
Lisa, en relación con Gary, al igual que su madre en relación con el alcohol, sufría un proceso de enfermedad, una compulsión destructiva sobre la cual ella no ejercía control alguno. Tal como su madre había desarrollado una adicción al alcohol y era incapaz de dejar de beber por sus propios medios, Lisa había desarrollado lo que también era una relación adictiva con Gary. No hago esta analogía ni empleo la palabra adictiva a la ligera al comparar la situación de ambas mujeres. La madre de Lisa se había vuelto dependiente de una droga, el alcohol, para evitar experimentar la intensa angustia y la desesperación que le producía su situación en la vida. Cuanto más utilizaba el alcohol para evitar sentir el dolor, más obraba la droga en su sistema nervioso para producir los mismos sentimientos que ella quería evitar. En última instancia, el alcohol aumentaba su dolor en vez de disminuirlo. Entonces, por supuesto, bebía más aún. Así fue como entró en la espiral de la adicción.
Lisa también trataba de evitar la angustia y la desesperación. Sufría una profunda depresión subyacente, cuyas raíces se remontaban a su dolorosa infancia. Esta depresión subyacente constituye un factor común en los hijos de todo tipo de hogares gravemente disfuncionales, y sus maneras de enfrentarla o, lo que es más típico, de evitarla, varían según el sexo, la disposición y el papel que tuvieron en la familia durante la niñez. Cuando llegan a adolescencia, muchas jóvenes como Lisa, mantienen su depresión a raya desarrollando el estilo de amar demasiado. Al desarrollar relaciones caóticas pero estimulantes, que las distraen, con hombres inadecuados, están demasiado excitadas para hundirse en la depresión que está latente justo por debajo del nivel de la conciencia.
De esta manera, un hombre cruel, indiferente, deshonesto o difícil en otros aspectos se convierte, para esas mujeres, en el equivalente de una droga, y crea así un medio de evitar sus propios sentimientos, de la misma forma que el alcohol y otras sustancias que alteran el estado de ánimo crean en los drogadictos una vía de escape temporal, de la que no se atreven a separarse. Tal como sucede con el alcohol y las drogas, estas relaciones inmanejables que proporcionan la distracción necesaria también acarrean su carga de dolor. En un paralelo con el desarrollo de la enfermedad del alcoholismo, la dependencia en la relación se profundiza hasta el punto de la adicción. El hecho de estar sin la relación – es decir, estar sola con una misma – se puede experimentar como algo peor que el mayor sufrimiento producido por la relación, porque estar sola significa sentir el nuevo despertar del gran dolor del pasado combinado con el del presente.
Las dos adicciones son paralelas en ese aspecto, e igualmente difíciles de vencer. La adicción de una mujer a su pareja o a una serie de parejas inapropiadas puede deber su génesis a una variedad de problemas familiares. Aunque resulte irónico, los hijos de alcohólicos tienen más suerte que los de otros antecedentes disfuncionales porque, al menos en las grandes ciudades, a menudo existen grupos de Alcohólicos Anónimos para apoyarlos mientras tratan de solucionar sus problemas con el amor propio y las relaciones.
La recuperación de una adicción a una relación implica conseguir ayuda de un grupo de apoyo adecuado a fin de quebrar el ciclo de la adicción y de aprender a buscar sentimientos de valor propio y bienestar en otras fuentes, no en un hombre incapaz de fomentar esos sentimientos. La clave radica en aprender a vivir una vida sana, satisfactoria y serena sin depender de la otra persona para ser feliz.
Es triste, pero para quienes están enredados en relaciones adictivas y quienes están atrapados en la telaraña de la adicción química, la convicción de que pueden manejar el problema por sí solos a menudo evita que busquen ayuda y, por lo tanto, anula la posibilidad de recuperación.
Debido a esa convicción – “puedo hacerlo solo” – a veces las cosas deben empeorar mucho antes de que puedan empezar a mejorar para tanta gente que lucha con alguna de esas enfermedades de adicción. La vida de Lisa tuvo que llegar a ser irremediablemente inmanejable para que ella pudiera admitir que necesitaba ayuda para vencer su adicción al dolor.

1 comentario:

Sailor dijo...

.. me gusto mucho, me acuerdo como me sentía así.. desvalida, necesitada... es sano recordar nuestro camino hacía un cambio o entendimiento de los temas que nos aquejan.

Yo me sentía adicta a los hombres "necesitados"

Gracias por compartir!!!

P.D: Cada vez es mejor, pero cuesta