LAS EX-PAREJAS EXPLICADAS BY EL MENTOR


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domingo, 23 de agosto de 2009

Que es la mujer? (continuacion )

No más tarde de los doce años -edad a la cual la mayoría de las mujeres ha decidido ya emprender la ca¬rrera de prostituta (o sea, la carrera que consiste en hacer que un hombre trabaje para ella a cambio de poner intermitentemente a su disposición, como contraprestación, la vagina)-, la mujer deja de desarrollar la inteligencia y el espíritu. Aún hace, ciertamente, que la preparen, y se hace con diplomas de todas clases -pues el varón se cree que una mujer que se ha apren¬dido algo de memoria sabe de hecho alguna cosa (dicho de otro modo: un diploma eleva el valor de la mujer en el mercado)-, pero en realidad los caminos de los dos sexos se separan aquí definitivamente. Toda posibilidad de comprensión entre el varón y la mujer se corta en este punto, y para siempre.
Por eso uno de los principales errores que siempre comete el varón al estimar a la mujer consiste en que la considera igual a él, o sea, en que la considera ser humano que funciona más o menos en el mismo plano emocional e intelectual que él mismo. El varón puede observar desde fuera el comportamiento de su mujer, puede oír lo que dice, ver pero con su mirada de varón- las cosas de que ella se ocupa, e inferir de determinados signos lo que ella piensa. Pero en todas esas percepciones e inferencias el varón se rige por su propia escala de valores. El varón sabe qué haría él, qué pensaría y qué diría puesto en la situación de ella. Y cuando contempla el resultado de su observación resultado deprimente a tenor de sus propios criterios-, se ve forzado a concluir que tiene que haber algo que impide a la mujer hacer lo que él haría gustosamente en su lugar. Pues el varón se considera me¬dida de todas las cosas, y con razón, si es que hay que definir al ser humano como un ser capaz de pensamiento abstracto.
Así, por ejemplo, cuando se da cuenta de que su mujer se pasa tantas o cuantas horas al día guisando, limpiando la casa y lavando los platos, no infiere que esas actividades satisfacen a su mujer porque corres¬ponden idealmente a su nivel espiritual. Piensa que esa cantidad de horas es precisamente lo que impide a su mujer dedicarse a otras cosas, razón por la cual se esfuerza por poner a disposición de ella lavadoras automáticas, aspiradores, platos ya guisados, etc., que le ahorren aquellos trabajos estúpidos y le permitan te¬ner una vida como la que él mismo sueña para sí.
Pero quedará decepcionado: en vez de empezar una vida espiritual, en
vez de interesarse por la política, la historia o la investigación espacial, la mujer utiliza el tiempo ganado para cocer bollos, planchar ropa interior, hacer vainica o -en el caso de las más emprendedoras- adornar los aparatos sanitarios del cuarto de baño con florecillas de calcomanía.
Como el varón ha de creer (o como la mujer le convence de ello, pues ¿qué varón da verdadero valor a una ropa interior planchada, a calcomanías florales o a pasteles que no vengan de la pastelería?) que todo eso es necesario para la vida o, por lo menos, para la cultura del vivir, inventa para la mujer el planchador automático, la pasta para dulces ya amasada y con levadura puesta, el papel higiénico industrialmente floreado.Mas no por eso se pone ahora la mujer a leer: sigue sin ocuparse de política y la investigación espacial la tiene absolutamente sin cuidado. Falta le hacía el tiempo que ha ganado: por fin se va a poder ocupar de si misma. Y como, según se sabe, no sufre de ansia alguna de cosas espirituales, ocuparse de sí misma quiere decir, naturalmente, ocuparse de su apariencia externa.

El varón, que ama a su mujer y desea por encima de todo la felicidad de ésta, la acompaña también en este estadio: produce para ella el lápiz de labios beso resistente, el make-up lágrima-resistente para los ojos, la permanente doméstica, los volantes inarrugables y la ropa interior one-time, que se usa una vez y se tira. En todo eso sigue teniendo presente el mismo objetivo que termine de una vez, que se satisfagan todas las necesidades vitales «superiores» de la mujer- a la que él cree «más sensible y delicada por naturaleza»- y que la mujer pueda hacer finalmente de su vida lo único que él mismo considera digno de ser vivido: la vida de un varón libre.
Y sigue esperando.Mas como la mujer no se le acerca por sí misma, empieza a atraerla a su mundo: propaga la coeducación en la escuela para presentarle desde niña el estilo de vida del varón.La mete con todos los pretextos imaginables en sus universidades, para iniciarla en los secretos que ha descubierto y con la esperanza de que la visión directa infunda en la mujer la afición a las cosas grandes. Le procura incluso acceso a los más elevados honores, hasta ahora detentados exclusivamente por él (y en esto abandona incluso tradiciones que le son sagradas) y la anima a que ejerza su derecho electoral, para que pueda cambiar según sus ideas el sistema de la administración del estado, inventado por los varones. (Es posible que el varón se prometa incluso la paz por la intervención de la mujer en la política, pues le atribuye un carisma pacificador.)
El varón cumple tan consecuente y tenazmente su supuesta tarea que no se da cuenta de lo ridículo que se pone. Ridículo, por supuesto, según los criterios varoniles, no según los de la mujer: ésta es incapaz de cobrar distancia respecto de los acontecimientos y, por lo tanto, carece totalmente de sentido del humor.
No, las mujeres no se ríen de los hombres.A lo sumo se enfadarán un día con ellos.Las viejas fachadas con que disimulan su renuncia a toda existencia espiritual -el cuidado de la casa, el de los niños- no manifiestan aún suficientemente su ruina como para no ser ya capaces de justificar, al menos pro forma, el abandono prematuro de la universidad por las jóvenes y su renuncia a las profesiones más ambiciosas.Pero ¿qué ocurrirá cuando el trabajo doméstico se automatice todavía más, cuando realmente haya suficientes escuelas maternales y parvularios de buena calidad, o cuando los varones descubran -y ya hace tiempo que podrían haberlo descubierto- que los niños no son en absoluto necesarios para vivir?
Si el varón se detuviera una vez, aunque sólo fuera una vez, en su ciega actividad e hiciera balance, tendría que comprobar que sus esfuerzos por vivificar espiritualmente a la mujer no le han hecho adelantar ni un paso. Que la mujer, aunque sin duda es cada día más pulida, cuidada y «cultivada», sigue presentando a su vida reivindicaciones cada vez más elevadas, pero siempre materiales, nunca espirituales.
Por ejemplo: el modo de pensar del varón, el que enseña en sus universidades, ¿ha llevado alguna vez a la mujer a desarrollar teorías propias? Los institutos de investigación masculinos abiertos para las mujeres ¿han sido jamás utilizados por éstas para investigaciones propias? El varón tendría que darse cuenta poco a poco de que la mujer no lee esos maravillosos libros que pone a su disposición en las viriles bibliotecas; de que las fantásticas obras del arte masculino que enseña a la mujer en los museos no incitan a ésta sino a la imitación (en el mejor de los casos); de que todos los llamamientos a la autoliberación de la mujer que el varón intenta dirigirle -a su propio nivel y en su propio lenguaje- en el teatro y en el cine no tienen para ella más valor que el de una distracción y nunca -realmente: nunca- la mueven a rebelarse.
Es muy natural que el varón -que considera a la mujer como igual a él y tiene que contemplar la estupidez de la vida que ella lleva a su lado- crea que es él el que la oprime a ella. Pero la memoria concreta no recuerda que la mujer se haya visto en estas épocas obligada a sumisión alguna a la voluntad del varón. Al revés: se ha reconocido a la mujer todas las posibilidades de independizarse. Por lo tanto, si en tanto tiempo no se ha liberado de su «yugo», es que ese yugo no existe.
El varón ama a la mujer, pero también la desprecia, porque un ser humano que se pone en marcha por la mañana para conquistar, lleno de energía, mundos nuevos -cosa, desde luego, que pocas veces consigue, a causa de la necesidad de ganarse el pan- desprecia al ser humano que no se propone eso. Y eso es tal vez lo que más mueve al hombre a preocuparse por el desarrollo espiritual e intelectual de la mujer: se avergüenza por ella y cree que ella también pasa vergüenza. Como un gentleman,” querría ayudarla en esa turbación. -
Lo que el varón no sabe es que las mujeres no conocen esa curiosidad, esa ambición, ese impulso activo que a él le parecen tan naturales.Las mujeres no intervienen en el mundo de los varones porque no quieren no necesitan ese mundo.El tipo de independencia que buscan los varones no tiene el menor valor para las mujeres, porque ellas no se sienten dependientes.La superioridad intelectual del varón no les impresiona nada, porque no tienen el menor orgullo en cuestiones de inteligencia.
Las mujeres pueden elegir, y eso es lo que las hace tan infinitamente superiores a los varones. Cada una de ellas puede elegir entre la forma de vida de un varón y la forma de vida de una criatura de lujo tonta y parasitaria. Casi todas ellas optan por la segunda.El varón no tiene esa posibilidad de elegir.Si las mujeres se sintieran oprimidas por los varones, habrían desarrollado odio o temor respecto de ellos, como ocurre con los opresores en general.Pero las mujeres no odian a los varones, ni tampoco los temen. Si los varones las humillaran con su superior saber, ellas habrían intentado hacerles lo mismo, pues no carecen de medios para ello. Y si se sintieran privadas de libertad, las mujeres se habrían liberado finalmente de sus opresores, al menos en esta favorable constelación de su historia.
En Suiza (uno de los estados más desarrollados del mundo y que hasta hace poco tiempo no reconocía derecho electoral a las mujeres) un determinado cantón hizo que las mujeres mismas votaran acerca de la instauración del voto femenino: la mayoría votó en contra. Los varones suizos se sintieron angustiados, porque creyeron ver en ese indigno comportamiento de las suizas el resultado de la secular opresión a que habrían estado sometidas.
Se equivocan de medio a medio: la mujer no se siente en absoluto tutelada por el varón.Una de las muchas verdades deprimentes acerca de la relación entre los sexos consiste sencillamente en que el varón no existe prácticamente en el mundo de las mujeres.Para la mujer, el varón no es lo suficientemente importante como para rebelarse contra él.La dependencia de la mujer respecto del varón es sólo material, es, por así decirlo, de un tipo perteneciente a la ciencia física.Es la dependencia de un turista respecto de la compañía aérea con la que viaja, la de un camarero respecto de la máquina de café express, la del automóvil respecto de la gasolina, la del televisor respecto de la electricidad.Dependencias así no promueven males de ánimo.Ibsen, que cayó en el mismo error que los demás varones, se tomó la molestia de escribir en su Nora una especie de manifiesto de la liberación de todas las mujeres.Pero el estreno de la obra en 1880 no tramatizó más que a los varones, los cuales juraron seguir luchando todavía más tenazmente que hasta entonces porque la mujer consiguiera unas condiciones de vida humanas.
Entre las mujeres mismas, y como de costumbre, los esfuerzos emancipatorios se han agotado en una variante de la moda: por algún tiempo se gustaron vestidas con el disfraz de sufragistas, que a menudo no les suscita sino sonrisas.
Más tarde la filosofía de Jean-Paul Sartre tuvo un efecto parecido entre las mujeres. Para demostrar que la habían entendido perfectamente, se dejaron crecer durante algún tiempo los cabellos hasta la cintura; eso se llevaba con pantalones y jersey negro.
Y hace poco ha pasado lo mismo con las doctrinas del dirigente comunista Mao Tse-tung : el Mao-look, el corte de la guerrera de Mao, estuvo de moda durante una saison.

Esther Vilar.

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